
Habla a través de su color y su temperatura, el ardor del reconocimiento, el resplandor del amor, la ceniza del dolor, el calor de la excitación, la frialdad de la desconfianza.
Habla a través de su diminuta y constante danza, a veces balanceándose, otras moviéndose con nerviosismo y otras con temblores.
Habla a través de los vuelcos del corazón, el desánimo, el abismo central y el reconocimiento de la esperanza.
El cuerpo recuerda, los huesos recuerdan, las articulaciones recuerdan y hasta el dedo meñique recuerda.
El recuerdo se aloja en las imágenes y en las sensaciones de las células.
Como ocurre con una esponja empapada en agua, dondequiera que la carne se comprima, se estruje é incluso se roce ligeramente, el recuerdo puede surgir como un manantial.
Mujeres que corren con los lobos - Clarissa P. Estés